Datasketch

Dejar de matarnos es posible

La noche del viernes 16 de septiembre de 2016, Camilo Sanclemente, un administrador de empresas de 32 años, golpeó sin clemencia a María Isabel Covaleda, su exnovia. La agredió porque ella se rehusó a volver con él y, en venganza, él la dejó inconsciente y huyó.

María Isabel Covaleda

Cuando recuperó la consciencia, María Isabel se vio rodeada de personas que trataban de ayudarla. A lo lejos, vio que su agresor regresaba, fumando, como si no hubiese sido él quien la intentó matar. La policía ya había llegado y se los llevaron a los dos, en la misma patrulla, a una URI donde Covaleda puso la denuncia.

“Venía de una golpiza de un hombre que se creía dueño de mí y que por eso decidió que si no estaba con él tenía que estar muerta, y llegué a un lugar rodeada de otros hombres que no me dieron el trato de una víctima sino de una maleante”, explica Covaleda. Tuvo que pasar horas en la misma celda de Sanclemente, mientras éste la amenazaba, esperando a que terminara el proceso de denuncia. Dos días después, su agresor quedó libre.

Su caso es uno de los muchos que ocurren en Colombia diariamente. Desafortunadamente, son pocos los que se vuelven virales y reciben tanta atención mediática, pues a diferencia de María Isabel, las víctimas no quieren exponer su situación a la opinión pública.

La Fiscalía General de la Nación ha ingresado 413 casos de feminicidio o tentativas de feminicidio desde el año 2014, cuando se sancionó la Ley Rosa Elvira Cely, que tipifica este delito. Sin embargo, la cifra está muy por debajo del total de delitos como éste que se dan en el país: sólo en 2017 Datasketch ha podido contabilizar 150 casos de feminicidios, y 32 investigaciones y condenas por tentativas de feminicidio.

No obstante, estos datos sólo representan aquellas situaciones en las que la violencia ha atentado directamente la vida de la mujer y se ha abierto un proceso judicial en torno a la agresión. Para llegar a esta situación se han dado una serie de altercados posteriores que han llegado al límite.

“Una persona que es capaz de matarte no surge de la nada, no se enloquece de un momento a otro, ha mostrado reiteradas veces que es capaz de hacer ese tipo de cosas”, explica la psicóloga experta en violencia sexual Gabriela Hermida.

Definicion de feminicidio

Es fácil identificar las señales de alerta en el tipo que manotea, el tipo que grita, el tipo que deja botada a su pareja en la mitad de la calle, que explota y pone la responsabilidad de la agresión en el otro”, añade.

En ese sentido, las cifras de violencia intrafamiliar que ha recolectado Medicina Legal desde 2012 y hasta mediados de 2017 demuestran que el 73% de las agresiones contra las mujeres son perpetradas por sus parejas, o exparejas, y ocurren en un 60% en el hogar.

A su vez, los casos de violación y otros delitos sexuales son cometidos, según estos mismos datos, en un 77% por un familiar o conocido de la víctima. Las parejas o exparejas son un 9% en este caso.

En estas cifras no están incluídos los datos de acoso, que pocas veces son denunciados, pero que pululan en las calles, las universidades y los lugares de trabajo. No hay datos oficiales sobre el tema, ninguna de las tres entidades que deben recopilarlos los tienen.

Es una violencia silenciosa y que se mantiene en la sombra. Sin embargo, la gravedad de la situación se evidenció este año cuando varias estudiantes empezaron a denunciar casos de acoso en las Universidades. Desde Datasketch empezamos a recopilar estas historias y te animamos a que compartas la tuya, para poder evidenciar la magnitud del problema.

Incluso, en muchas ocasiones las mujeres se sienten incómodas con alguna situación pero no saben cómo actuar ante la misma, como lo evidenció la encuesta adelantada por Datasketch.

Para quienes ven este problema desde fuera es difícil entender por qué una mujer que ha identificado violencia se queda en una relación que está poniendo en riesgo su vida.

“Aquí entran en juego factores económicos, sociales y de temor, pero también creo que hay un gancho muy peligroso que son los agresores de doble personalidad: cuando están bien son los más encantadores, con los más detalles que la hace sentir un amor muy grande pero cualquier cosa lo transforma y se convierte en el ogro”, explica Hermida.

“Los agresores de mujeres tiene en común que son hombres humillados por su figura paterna y que cuando sienten que les han pasado por encima lo expresan a través de celos extremos y agresiones a sus parejas”, explica el psicólogo forense, Belisario Valbuena.

Tras el hecho violento, el agresor pide disculpas y luego es factible que repita su conducta. Este ciclo de violencia, en palabras de Valbuena, sólo puede romperse en caso de que su pareja desista de la relación o suceda un feminicidio. Pero la mujer suele quedarse “enganchada” en este ciclo de reconciliación creyendo que habrá un cambio.

“Ese arrepentimiento no es real, es apenas para mantener la relación. En América Latina es común que sucedan estas uniones narcisistas. A los hombres no se los educa para ponerse en los zapatos del otro, ni para amar ni para usar su inteligencia emocional y controlar impulsos”, explica Valbuena.

Ciclos de violencia

La situación se ve reforzada cuando la mujer ve la impunidad que hay entorno a los casos que han sido denunciados. En lo que va corrido del año ha habido al menos 150 feminicidios, según datos recolectados por Datasketch, y tan solo se han condenado 5, según información de la Fiscalía General de la Nación. De los 413 casos que han ingresado a la Fiscalía desde 2015, solo 139 han tenido condenas.

Violencia incrustada en el ADN social

Para la psicóloga Hermida, estas violencias son “históricas” y tienen un fundamento en la visión social de lo que se espera de la mujer pero también de lo que se espera del hombre. Contrario a lo que muchos creen, no es que haya un “boom” de abuso, hay un “boom” de denuncias porque las mujeres han empezado a hablar, según explica la terapeuta.

“Cada vez que tú esperas que la mujer sea dulce, suave, hogareña y tierna estás esperando que haya alguien que no lo sea, alguien que tiene que salir, aguantar, ser el guerrero. Hay mucho dolor en los hombres por una exigencia social de una fortaleza que ellos a veces sienten que no tienen, pero que tienen que aparentar tener”, comenta Hermida.

Esta situación se ve reforzada por el machismo, actitudes sociales y una cultura que ha hecho de la mujer un objeto sexual y ha convertido el placer en un valor absoluto.

Por eso, para Hermida, las violencia se empieza a evidenciar en conductas que parecieran normales o que han sido aceptadas por la sociedad pero que al final están formando “futuros abusadores”.

“Cuando a un niño se le agarran sus genitales y se le enseña que éstos son para “complacer a las nenas” se está cometiendo un abuso con el menor y también está normalizando y fomentando la violencia”, agrega Hermida.

Además, hay victimarios con historias de maltrato y violencia intrafamiliar que está repitiendo lo que han aprendido. “Cuando una persona descubre que con un grito los demás quedan paralizados, encuentra una forma de ser escuchado y obedecido, y lo seguirá haciendo”, explica la terapeuta.

Socialmente se ha entendido que la violencia funciona pues con ella la gente hace lo que se quiere en menos tiempo y sin oposición. “Esta conducta se perpetúa en la manera en la que los padres corrigen a los hijos o como los jefes exigen a sus empleados... poco a poco va reforzando actitudes de violencia que desembocan de una u otra manera”, añade Hermida.

Otro elemento que muchas veces es ignorado al momento de analizar esta realidad es el consumo de pornografía y la sexualización de la cultura. Una investigación realizada en 2010 analizó las 50 películas pornográficas más consumidas por hombres y mujeres en Estados Unidos. El resultado evidenció que de las 304 escenas de las películas analizadas, el 88% contenía violencia física y el 49% contenía agresiones verbales. En promedio, solo una escena de cada 10 no contenía ninguna agresión, y la escena típica promediaba 12 ataques físicos o verbales.

Incluso en las películas porno en las que no hay violencia física se mantiene la idea de que los hombres son poderosos y están a cargo, mientras que la mujer es sumisa y obediente. Otro estudio de 2015 evidenció que ver escena tras escena de sumisiones deshumanizantes hace que esta situación se vea normal. Los investigadores también demostraron que el consumo de este contenido hace que los usuarios sean más propensos a relaciones desequilibradas y a apoyar declaraciones que fomentan el abuso y la agresión sexual hacia las mujeres y las niñas.

Como explica la organización Fight The New Drug, el porno no solo cambia las actitudes; también puede formar acciones. Estudio tras estudio ha demostrado que los consumidores de pornografía, violenta y no violenta, son más propensos a usar la coacción verbal, las drogas y el alcohol para obligar a las personas a tener relaciones sexuales. Y otros múltiples estudios han encontrado que la exposición al porno aumenta el comportamiento agresivo, incluyendo tener fantasías violentas e incluso hacerlas realidad.

Por eso, artistas como Russel Brand y actores porno han expresado públicamente por qué han dejado de consumir pornografía o de trabajar en la industria. Como afirma Hermida, “no puedes estar en contra de un tipo de violencia si apoyas una industria que la promueve, te estás haciendo cómplice”.

Un asunto de hombres

Estas cifras harían creer que la violencia de género es un problema de mujeres, que afecta sólo a las mujeres y que debe ser solucionado para evitar que la mujer sufra. Y la mayoría de las políticas públicas están enfocadas en empoderar a esta población para que denuncien e identifiquen a los agresores. Sin embargo, psicólogos y activistas se oponen a enfrentar el problema sólo desde esta perspectiva.

“Este no es un problema de mujeres que unos hombres con ideales nobles ayudan a enfrentar… este es principalmente un problema de hombres y nos afecta a todos”, explica en una charla TED Jackson Katz, fundador del programa Mentores en Prevención de la Violencia.

“El hombre es el principal perpetrador, incluso en los casos en los que las víctimas son hombres”, explica Katz. Las cifras lo respaldan pues muestran que el 85% de los agresores son hombres, sin importar el sexo de la víctima. Por ello, Katz considera que es fundamental abandonar la “batalla de los sexos” y entender que trabajar contra la violencia de género no es ir en contra de los hombres.

El educador en prevención de la violencia sexual e identidad masculina, Keith Edwards, considera que es fundamental que se entiendan que la masculinidad no tiene nada que ver con la “conquista sexual” y que las mujeres no pueden ser vistas como nada menos que un igual. “Todos estamos estamos involucrados en esto, seamos o no el violador”, agrega Edwards.

El primer paso para ambos educadores está en evitar la revictimización de las personas, dejando de preguntar por qué fue violada o agredida la mujer y empezar a pensar qué está pasando para que haya agresores y cómo lo podemos evitar.

“La gente no lo piensa de primeras, pero un solo agresor puede generar 300 víctimas. ¿No es más efectivo evitar que haya agresores en lugar de atender las consecuencias que éstos dejan en las mujeres?”, cuestiona Hermida.

“Trabajar contra la violencia es empoderar hombres para que sean líderes que cambien paradigmas y cambien culturas. Para esto se necesitan agallas en los momentos pequeños, como los chistes machistas”, agrega Edwards.

“No necesitamos hombres sensibles ante la realidad, necesitamos líderes que reten a quienes vean siendo abusivos. El silencio es complicidad”, denuncia Katz. Concluye que actuar es un deber moral y social de los hombres “con las mujeres pero también con nuestros hijos y con nosotros mismos”.

María Isabel Covaleda apoya esta postura. Un año después de haber sido violentamente agredida ha decidido reinventarse y ahora dirige la Fundación Maisa, desde donde ayuda a que las mujeres dejen de ser víctimas para ser sobrevivientes.

Con su trabajo diario, las apoya para salir de los entornos de violencia en los que están, con psicólogos trabaja para que sanen sus heridas y con terapia grupal las motiva a ser activistas que ayuden a transformar esta realidad.

“Tenemos que romper el silencio, sólo así vamos a transformar esta realidad”, concluye.